Detengan los relojes, desconecten el teléfono, denle un buen hueso al perro, así no ladra, hagan callar el piano, y con tambores sordos saquen el ataúd, que entre el cortejo. Que una avioneta vuele sobre nuestras cabezas escribiendo en el cielo el mensaje: “Él ha muerto”. Con cinta oscura al cuello suelten palomas blancas; que lleven guantes negros los agentes de tránsito. Era mi norte y sur, mi este y oeste, mis días laborables, mi descanso del domingo, era mi mediodía y medianoche, mi música y mi charla. Creía que el amor iba a durar por siempre: Estaba equivocado. Perdieron las estrellas su utilidad: apáguenlas, empaqueten la luna, desmantelen el sol vacíen el océano y arrasen con los bosques; que ahora nada bueno puede hacerse de nada.
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Bellísimo
No puedo dejar de leer este poema y recordar la escena más hermosa en Tres bodas y un funeral.